En el mundo hay distintos puntos, completamente alejados, con diferente geografía, costumbres, cultura y hasta idioma que, sin embargo, tienen algo en común: su población general es longeva. A esos lugares se les conoce como “zonas azules” y sus habitantes superan los cien años de vida, pero la mejor parte de todo es que llegan a esa edad saludablemente.
Son cinco zonas ubicadas en:
- Cerdeña, Italia.
- La isla de Okinowa, Japón.
- Loma Linda, California.
- La Península de Nicoya, Costa Rica.
- Icaria, una pequeña isla de Grecia.
Se han hecho muchos estudios sobre estos lugares e, incluso, se han escrito libros sobre este fenómeno, pues hay muchos científicos en todo el mundo que se han interesado en estudiar a su población para conocer dónde está el secreto para llegar a una vejez con calidad de vida. Pues una cosa es llegar a una edad muy avanzada, pero otra muy distinta es hacerlo en buenas condiciones; ellos cumplen con ambas. Y los expertos han llegado a la conclusión de que la fórmula para lograrlo está en mantener los hábitos adecuados y el balance durante la vida.
Las características en común de estos lugares son:
- Sus habitantes están en constante movimiento. No sólo se
ejercitan con regularidad, sino que están en permanente actividad
física, es decir, esta es parte de sus rutinas. - Tienen un propósito de vida.
- Mantienen el estrés bajo control o es prácticamente inexistente.
- La alimentación que llevan es saludable y comen hasta sentirse 100% satisfechos.
- Prefieren una dieta rica en frutas, verduras, semillas y legumbres.
- La proteína que consumen es, de preferencia, el pescado.
- Se unen a la “tribu” adecuada, es decir, se juntan con personas con comportamientos saludables.
Cuando leí esa información me impactó muchísimo y me comenzó a dar vueltas y vueltas por la cabeza. Tristemente los cristianos nos hemos enfocado sólo en trabajar nuestra parte espiritual, como si esa fuera la única área de nuestro ser que debemos cuidar.
Diariamente veo a personas enfermas, sin energía, con diabetes, hipertensión, cáncer, problemas de la piel, del hígado, insuficiencia renal, con el colesterol por las nubes, etc. Y generalmente cuando comenzamos a hablar, para ver dónde está la raíz de sus problemas, me doy cuenta de que tienen malos hábitos alimenticios, sumados a una vida sedentaria y desorden en sus vidas. A su vez, suelen arrastrar consigo una pesada mochila de tristezas, frustraciones y rencor que les carcome el corazón y les llena la mente de pensamientos negativos. ¿Cómo es posible tener una buena vida de esa manera? ¿Cómo se puede honrar a Dios de forma coherente?
Muchos cristianos piensan que cuidar el cuerpo es simplemente vanidad.
¿Por qué le tenemos tanto miedo al cuerpo? Tenemos la responsabilidad de cultivar todas nuestras áreas. Para que cuando una falle, las otras puedan ayudar y mantener su estabilidad.
Tener una vida exitosa no significa que todo nos vaya bien constantemente, es encontrar el equilibrio y la forma de salir adelante en cada situación, por más compleja que sea, tomando las decisiones correctas, manteniendo la actitud adecuada, perseverando sin dejarnos avasallar por los obstáculos. Y para esto se necesita sabiduría, salud y equilibrio.
Para lograr todo eso a veces es necesario un cambio radical en nuestro estilo de vida, y así tomar conciencia de que el cuidado de la salud se hace fundamental. Nuestro paradigma debería ser: “La salud es un proceso integral de mente, cuerpo y alma. Los hábitos definen nuestra calidad de vida”. De eso no cabe duda.
Es necesario comenzar a cuidarnos por las razones correctas, no por estética, por competir con otros o vanidad, sino por salud. Cuidarnos movidos por el amor hacia nosotros y no por el rechazo a nuestro cuerpo. Ejercitarse porque amas tu cuerpo y no porque detestas sus formas. Aprender a comer sin culpa, pero hacerlo de la manera correcta para tus necesidades específicas.
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